domingo, 27 de octubre de 2024

ZALAMEA Y LAS GUERRAS CON PORTUGAL (II)

 


Tan sólo 60 años más tarde se desarrollaron otros enfrentamientos entre 1640 y 1668 en la llamada Guerra de Restauración. Los portugueses que no habían aceptado nunca de buen grado que un rey español se sentara en el trono de su país se rebelaron contra el monarca Felipe IV para recuperar la independencia. En realidad no se había llegado nunca a una unión formal de ambos reinos, Portugal seguía conservando su imperio y sus propios fueros, pero nuestros vecinos preferían tener su propio rey por lo que se desató una guerra que afectó especialmente a los pueblos limítrofes de la frontera entre ambos países con continuas incursiones de los ejércitos, en muchos casos faltos de disciplina, en las poblaciones cercanas realizando todo tipo de saqueos, matanzas y  violaciones.

La contienda que se prolongó durante 28 años implicó también a otros países europeos interesados en debilitar la hegemonía española. Fue probablemente el más cruento enfrentamiento entre ambas naciones, que dejó huella en la memoria colectiva de los habitantes de España  y Portugal durante mucho tiempo. Las referencias que hemos podidos conocer en textos y obras específicas acerca de la crueldad de los trágicos sucesos ocurridos durante esta guerra en los pueblos limítrofes con la frontera de ambos países son estremecedores. Los ejércitos tanto de un lado como de otro sufrían constantes deserciones que eran castigadas con las más duras penas: mutilaciones, fusilamientos sumarísimos; soldados que cambiaban de bando según los intereses y las ventajas que les ofrecían unos y otros sobre los que los oficiales tomaban represalias haciéndoselo pagar a familiares y propiedades. Las poblaciones sufrían constantes saqueos por parte de las tropas enemigas que realizaban incursiones por sorpresa y que no tenían el menor reparo en  violar a mujeres y niñas y asesinar sin distinción de género ni edad, expoliando alimentos y bienes y arrasando viviendas. Todo ello dejó una profunda herida en los dos lados de la frontera que tardó largo tiempo en sanar. No tenemos constancia, sin embargo, de que esto se produjera en nuestro pueblo, al menos no hemos encontrado referencias a ello en el archivo municipal, quizá su relativa distancia con la primera línea la mantuvo a salvo de estos desmanes.

 Finalmente España tuvo que reconocer la independencia de Portugal donde prácticamente reinaba la casa de Braganza desde el inicio del conflicto.

Los portugueses también intervinieron en la Guerra de Sucesión española entre 1701 y 1714. Carlos II, el último rey de la dinastía de los Austrias murió sin descendencia y designó heredero a Felipe de Borbón, nieto del rey de Francia, contra el que se formó una alianza de países europeos, encabezados por Gran Bretaña, que tenía sus propios intereses contrarios a la hegemonía de los Borbones. Portugal tomó partido por aquella alianza por lo que de nuevo se volvieron a repetir los enfrentamientos en la frontera con Portugal. La guerra terminó básicamente  con el tratado de Utrecht en las que nuestro país pierde sus posesiones en Europa y el peñón de Gibraltar a cambio del reconocimiento de Felipe V por las potencias emergentes europeas. Por cierto el Tratado de Utrecht sigue en vigor en lo que respecta a Gibraltar y es hoy una fuente de  controversia política internacional entre España y Reino Unido que hacen constantes referencias a él para reclamar determinadas situaciones de jurisdicción  y  sirve de base a las pretensiones españolas con respecto a su derecho a la devolución de este territorio.

 Es en estas dos guerras durante las que Zalamea se ve afectada  más directamente.

Conviene aquí realizar una aproximación al panorama social y económico de Zalamea en el periodo comprendido desde el siglo XVI al XVIII. Nos encontramos con un pueblo cuya población iría oscilando entre las 2500 y 3000 personas, repartidas entre todos los núcleos de población que constituían el municipio que incluía la propia Zalamea y sus numerosas aldeas entre las que se contaba entonces con los actuales pueblos de El Campillo, Riotinto y Nerva que no se habían emancipado aún. A finales del siglo XVI Zalamea había contraído una enorme deuda por el pago a la corona por su  “exención y libertad·. Deuda que se elevaba a 15 cuentos (millones) 104.190 maravedíes, una cantidad elevadísima para la época. A cambio recibiría una carta de privilegio que le otorgaba el dominio de su propia jurisdicción. La economía se basaba fundamentalmente en la agricultura y la ganadería, explotándose grandes extensiones de terreno como “bienes de propios” por el común de los vecinos. Igualmente se desarrollaron industrias artesanales derivadas de esa actividad agropecuaria, especialmente de lino, cera y cordobanes.

En el siglo XVIII España en general y Zalamea en particular atraviesan una difícil situación económica. De forma que dejaron de atenderse  algunas obligaciones tributarias que se tenían contraídas. A principio de este siglo Zalamea se vio obligada a embarcarse en un costoso proceso judicial para defender los privilegios otorgados en 1592, durante el cual se le impuso la figura de un alcalde mayor que ejercía su autoridad por encima de los alcaldes ordinarios. Felipe V (el primer rey de la dinastía Borbón) había declarado baldías  muchos de las terrenos de propios por lo que nuestro pueblo debió defender los derechos adquiridos en los privilegios de 1592 otorgados por Felipe II. En este marco es cuando se produce el reinicio de la explotación de las hasta ese momento olvidadas Minas de Riotinto, abriéndose otro frente de confrontación con las compañías explotadoras de las minas que a la postre acabarían con la emancipación en los siglos XIX y XX de Riotinto, Nerva y El Campillo. ///


domingo, 6 de octubre de 2024

ZALAMEA Y LAS GUERRAS CON PORTUGAL (I)


 Aunque actualmente las relaciones con Portugal atraviesan un momento de excelente cordialidad, compartiendo objetivos comunes como corresponde a dos países socios y aliados que forman parte de la Unión Europea, la historia nos relata que prácticamente desde su formación como nuevas naciones ha habido continuos enfrentamientos y guerras entre ambas.

Vamos a obviar los conflictos que tuvieron lugar en la Edad Media porque de alguna manera se encuadran en los enfrentamientos que tuvieron lugar en esa época entre los distintos reinos que constituían en aquel entonces la península ibérica y que aún no tenían completamente definidos sus territorios en continuas luchas entre ellos y los musulmanes que ocupaban buena parte de la península. Así pues, nos vamos a referir por tanto a las que se producen a partir del siglo XV.

La primera de ellas es la guerra de sucesión castellana entre 1475 y 1479 para decidir el trono de Castilla entre Juana la Beltraneja, hija y en teoría heredera  de Enrique IV, el Impotente , y la hermana de éste, Isabel. La razón que se esgrimía era que Juana no era hija legítima del rey sino de su valido Beltrán de la Cueva. Esto desencadenó una guerra entre España y Portugal, país que defendía los intereses de Juana al estar casada con el rey portugués. La mayor parte de las acciones bélicas  tuvieron lugar en los lugares limítrofes entre Castilla y Extremadura en las regiones del Duero y del Tajo. Aunque sabemos que escuadrones de caballería andaluces atacaron la raya de Portugal, no tenemos documentos que nos indiquen si Zalamea se vio afectada directa o indirectamente por estos enfrentamientos. Finalmente la cuestión se dirimió a favor de Isabel, que casada ya con Fernando de Aragón, formó la pareja conocida como los Reyes Católicos. Juana continuó viviendo en Portugal hasta su muerte, aunque nunca dejó de firmar como reina de Castilla.

El siguiente enfrentamiento tuvo lugar en 1580 como consecuencia de las aspiraciones de Felipe II al trono portugués que había quedado vacante al morir el rey Sebastían I y su sucesor, el cardenal Enrique, sin descendientes. Nuestro monarca presentó sus credenciales como hijo de una princesa portuguesa, pero como un influyente sector de la nobleza lusa se oponía a ello, tuvo que hacer valer sus derechos por la fuerza, por lo que envió los temibles tercios españoles al mando del duque de Alba que finalmente consiguieron colocar a Felipe en el trono portugués. Este marco histórico afectó indirectamente a Zalamea  porque es en él, durante el traslado de las tropas que se dirigen a Portugal, donde se sitúa el hecho que presuntamente da lugar a la famosa obra de teatro “El alcalde de Zalamea” escrita  en primer lugar por Lope de Vega y de la que Calderón hizo una segunda versión algunos años más tarde. No hay constancia documental de paso de tropas por Zalamea en aquellas fechas, pero si bien la obra de Calderón sugiere como lugar a Zalamea la Serena, la de Lope de Vega, que no olvidemos fue la primera que se escribió, apunta a Zalamea la Real. Sobre este tema realizamos una investigación que publicamos en nuestra blog “Zalamea la Real-Historia” con el título “El alcalde de Zalamea de Lope de Vega. Una duda razonable” que los interesados  pueden consultar aún en internet. Es importante considerar en este aspecto los movimientos de tropa que se realizaron. Parece ser que una parte importante del ejército que marchaba hacia Portugal al mando del maestre de campo, Lope de Figueroa, se alojó en Llerena. Sin embargo sabemos que era intención del rey mandar este tercio a las islas Terceras (la islas Azores) embarcándose en uno de los puertos andaluces, y esto sitúa a Zalamea en su ruta desde Extremadura. 

martes, 1 de octubre de 2024

VESTIGIOS DE LA REPOBLACIÓN CASTELLANO-LEONESA DESPUÉS DE LA RECONQUISTA EN ZALAMEA LA REAL




De todos es sabido que hasta mediados del siglo XIII, nuestro pueblo permaneció bajo el dominio musulmán, siendo conocido probablemente con el nombre de Salamu-um o Salamya. Alrededor de 1250 Zalamea es reconquistada a los musulmanes y pasa a depender del dominio cristiano. Desde luego nos movemos en el terreno de las conjeturas a falta de datos arqueológicos o documentales, pero no  hubo ninguna batalla, ni acción bélica, ni asalto por la fuerza a la población, lo más probable que ocurriera es que cuando Fernando III incorporó a sus dominios el reino de Sevilla, los territorios dependientes de aquella administración pasaran a ser controlados por los nuevos señores. Desde entonces se sucedió una época en que nuestro pueblo, por aquel tiempo un pequeño lugar que aún no tenía la consideración de villa, sufrió los continuos enfrentamientos entre musulmanes y cristianos e incluso entre portugueses y castellanos que se disputaban el dominio de la zona, pasando a depender de unos o de otros hasta que en 1267, merced al tratado de Badajoz, pasa a quedar bajo el dominio de Alfonso X, rey de Castilla y León, hijo y sucesor de Fernando III, que en 1279  cede el señorío de nuestro pueblo al arzobispado de Sevilla mediante un privilegio rodado que hasta ahora es el primer documento en el que aparece el nombre de Zalamea.

              Naturalmente, después de la reconquista, la población musulmana en su mayor parte abandona la comarca y aunque puede que algunos permanecieran aquí,  acatando el señorío de los nuevos dueños, la zona necesitó ser repoblada y empezaron a llegar a lo largo del siglo XIII y XIV contingentes de personas que procedían de los reinos de Castilla y León, que recibieron “heredades”, porciones de tierras más o menos extensas, para incentivar su asentamiento. Hoy los vestigios de aquellos primeros repobladores son escasos, pero si rebuscamos detenidamente en nuestro pasado podemos encontrar algunos indicios que a pesar de los años  transcurridos y las modificaciones sufridas por su adaptación a los nuevos tiempos aún pueden vislumbrarse.

Es el caso de la ermita de San Blas, originalmente dedicada a Santa María de Ureña, un culto que con toda probabilidad fue traído por los colonos procedentes del noroeste de Castilla, donde se le rendía culto, que aprovecharon las ruinas de un pequeño templo de origen romano para levantar allí la ermita bajo la advocación de esta virgen, cuya imagen una vez restaurada se muestra hoy en nuestro templo parroquial. Sabemos con toda certeza que estaba ya construida a finales del siglo XIV porque en las primitivas  reglas de la hermandad de San Vicente de 1425 es mencionada expresamente.

Probablemente otro vestigio es el propio culto a San Vicente. Sabemos que durante la Edad Media la devoción a este Santo se extendió por los reinos cristianos y cuando fue elegido Santo Patrón en aquel año de 1425, las propias reglas de la hermandad elaboradas en ese momento nos dan indicios de que es una devoción antigua que ya se tenía en Zalamea.

Otros vestigios los encontramos en algunos topónimos asociados a nombres propios que perduraron durante mucho tiempo, hoy ya desaparecidos, son igualmente una reminiscencia de aquellas primeras repoblaciones como fue el caso de algunas fuentes que existieron  en nuestro pueblo, se trata de la de Mingo Marcos, la de Mingo Benito o Mingo Gil. Sabemos que el apellido “Mingo” relacionado con el nombre “Domingo” era muy usual en los reinos de Castilla y León en los siglos XIII y XIV y esas fuentes aparecen mencionadas ya en las Ordenanzas Municipales de 1535.

Por otro lado algunos nombres y apellidos que aún perduran en Zalamea podrían ser vestigios de aquellas primeros colonos: León, Pastor, Martín, Bartolomé, Jiménez, Alonso. Claro está que la generalización de estos nombres y apellidos en toda la península hace difícil asegurarlo, pero ¿quién sabe? Lo cierto es que aparecen entre los nombres de los primeros zalameños conocidos a principios del siglo XV

Por último, y quizá el más importante, está en el folklore zalameño: El fandango, los bailes  y los trajes típicos de mujer. El análisis de la candencia, el ritmo y la estructura del fandango responde a unos parámetros que guardan gran similitud con los canticos de comarcas castellano leonesas que conservan los bailes típicos medievales. Los estudiosos que han profundizado en el tema aventuran la hipótesis que data su origen  en el siglo XIII, todo ello  apoyado igualmente por el estilo  de su baile, tres  grupos de cuatro personas, que acentúan  los movimientos acompasándolos al ritmo del cante. El acompañamiento musical que hoy tienen, guitarra, laud y bandurria no serían los mismos que originalmente tenían, puede que el laud sí lo fuera, pero probablemente otros instrumentos  les creaban el fondo musical por aquel entonces, quizá un rabel, pero casi con seguridad los actuales reproducen en gran medida los sonidos primitivos. Cualquiera que ahonde en el tema puede apreciar los paralelismos  existentes en otros pueblos de la provincia de Huelva: Encinasola, Puebla de Guzman y Alosno, pueblos en los que la influencia de las repoblaciones de los siglos XIII y XIV son también notables

Por otra parte, el traje típico femenino compuesto por elementos similares a los que pueden apreciarse en los trajes folclóricos de toda la franja occidental de Andalucía, Extremadura y Castilla y León: Monillo de seda o terciopelo de color oscuro  rematado de puños y cuello abotonados de color claro, calzón blanco a la rodilla, enaguas blancas, falda de tafetán lisa o alistada, delantal de tela negra, medias de cuchilla, pañoleta de encaje y zapato negro de tacón bajo.  El peinado se acababa con el pelo recogido en moño bajo atrás con lazo y adorno floral. Originalmente el traje era de una elaboración sencilla; con el tiempo sus distintos elementos se han ido enriqueciendo con adornos, bordados, sedas, joyas y encajes que le han dotado de mayor vistosidad.

Aunque el traje típico no era utilizado exclusivamente para la interpretación del fandango sino que era utilizado en determinadas ceremonias religiosas y profanas, dado el ritual inherente a este tipo de bailes es presumible que inicialmente en los grupos hubiese también hombres aunque no podemos asegurarlo porque  en las referencias e imágenes que nos llegan siempre aparecen mujeres.

Capítulo aparte merece la incorporación a nuestro folclore de las sevillanas pardas, que en ningún caso puede considerarse un vestigio medieval. Se trata más bien de la inclusión, probablemente durante el siglo XIX, de los bailes típicos del reino de Sevilla que se popularizaron en ese siglo y que las zalameñas añadieron a su folclore interpretándolas con el mismo traje típico que se utilizaba para las ceremonias públicas y el baile del fandango. Respeto al apelativo de “pardas” puede que se trate de la aplicación del apodo con el que los zalameños eran conocidos en el resto de la Cuenca, “pardos”, por el color predominante de la vestimenta que usaban nuestros antepasados. Sin embargo hemos averiguado que en algunas partes de Castilla, los trajes típicos y los canticos también recibían el nombre de “pardos” ¿Podría tratarse de una coincidencia o hay quizá alguna relación? No podemos responder a ello por ahora

Independientemente de que se trate de vestigios de la repoblación castellana, el folclore zalameño ha causado impresión allí donde ha sido representado, por la belleza y armonía  tanto  de su música como  de sus bailes. Recién acabada la guerra civil, en 1939, en una concentración celebrada en Medina del Campo obtuvo el primer premio: así mismo en 1943 obtuvo dos premios de carácter nacional, uno en Madrid en el Concurso de Coros y Danzas y otro en Barcelona en un concurso de bailes regionales. Recientemente ha sido reconocido en concentraciones realizadas en Elda, Tarrasa y en la propia Zalamea, en un encuentro de danzas y bailes típicos de la provincia de Huelva. Es de justicia, y sirva como reconocimiento  público, que durante décadas dos maestras. Ángeles Mora y Mª Teresa Serrano, mantuvieron viva esta tradición haciendo una labor de conservación impagable. Nos alegra saber que hoy hay jóvenes dispuestas a tomar el relevo.

Porque el fandango y las sevillanas “pardas” constituyen hoy una joya que los zalameños y zalameñas tenemos la obligación de preservar tanto por su valor musical y artístico como por su profundo significado histórico.

 

sábado, 6 de abril de 2024

SEMANAS SANTAS MARCADAS POR LA TRAGEDIA (ii)

 


En el capítulo anterior, publicado en la revista del año 2023, hablábamos de las dos primeras Semanas Santas que habían sido marcadas por hechos trágicos ocurridos en aquellas fechas, se trataba del terremoto de Lisboa de 1755 y de la invasión francesa de nuestro pueblo que sucedió precisamente el Domingo de Ramos de 1810. En esta ocasión abordaremos las dos restantes de las cuatro a la que hicimos mención.

La primera a la que nos referiremos es la Semana Santa de 1888. Este año tuvo lugar el trágico suceso de la manifestación duramente reprimida en Riotinto el 4 de febrero de ese año por la cuestión de los humos. Como todo el mundo sabe esta manifestación fue consecuencia de la larga lucha que los pueblos mantuvieron contra la compañía inglesa de Minas de Riotinto que extraían el mineral utilizando el sistema de calcinaciones al aire libre provocando de esa manera la emisión de cientos de toneladas de humo sulfuroso que perjudicaban la salud, a la agricultura y al medio ambiente  y que venían realizándose desde muchos años atrás aunque con la llegada de los ingleses se incrementó exponencialmente. A ese malestar se unió a comienzos del año 1888 el descontento de los obreros de las minas por las condiciones laborales en las que realizaban su trabajo, reclamando, además de unas mejores condiciones laborales, la retirada de ciertas obligaciones, una de ellas la contribución de la peseta del seguro médico, y así ambos grupos unieron sus intereses y se fraguó la manifestación que partió de Zalamea encabezada por una banda de música en la mañana del 4 de febrero de 1888. Una vez en Riotinto se reunió con otra procedente de Nerva de obreros y se situaron frente al Ayuntamiento del antiguo pueblo de Minas de Riotinto adonde llegó un destacamento militar procedente de Huelva acompañando al gobernador civil. Allí una comisión de representantes de los obreros y de la liga antihumos exigió a la corporación municipal y a las autoridades mineras que aceptaran sus condiciones, pero los soldados del regimiento de Pavía, a instancias del gobernador,  disparó a bocajarro contra los manifestantes y posteriormente realizó una carga con bayoneta calada. Aunque oficialmente solo se reconocieron trece muertos, la cifras que hoy se manejan tomando como referencia los documentos que hablan de este suceso elevan el número de víctimas mortales a un centenar.

Un mes y medio más tarde tiene lugar la celebración de la  Semana Santa, que aquel año se desarrolló entre el 26 de marzo y el 1 de abril. En aquellos tiempos en Zalamea procesionaba la hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Vía Sacra. Suponemos, por la proximidad de las fechas, que los hechos que hemos narrado debieron afectar profundamente a la población. La tradición habla de que la mayor parte de los componentes de la banda de música que encabezaba la manifestación murió aquel día y que durante mucho tiempo después , el temor a las represalias estuvo presente en el sentir popular. Ahora bien sabemos que al menos la hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno salíó en procesión porque el domingo de Ramos 25 de marzo se reunió su junta de gobierno y acordaron aportar cada uno de los componentes de hermandad 2 pesetas para sufragar los gastos de esa Semana Santa.

Todos los indicios apuntan a que se celebró, pero sin duda el 4 de febrero debió marcar profundamente aquella Semana Santa de 1888.

La Semana Santa de 1937.

El 18 de julio de 1936 se produce un pronunciamiento militar contra la República, este pronunciamiento fracasa en primera instancia y esto da lugar a una cruenta guerra civil que se prolonga hasta abril de 1939. En Zalamea, como reacción al golpe militar, probablemente el mismo 19 de julio, un grupo de radicales encabezados, al parecer por una mujer, proveniente de pueblos próximos y al que se unieron algunos exaltados de la población, incendiaron la Iglesia Parroquial y las ermitas, lo que produjo graves daños al edificio y también la destrucción de las imágenes, entre ellas las que salían en procesión durante la Semana Santa, como fue el caso de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Virgen de la Soledad.

Desde el mismo 18 de julio hasta el 25 de agosto, los exaltados del pueblo procedieron a detener a numerosas personas que se destacaron por su afinidad con los sublevados acusándolos de connivencias con los rebeldes.

Desde un pueblo próximo acudió un grupo de personas con la intención de ejecutar a los que estaban detenidos en la cárcel. El alcalde, en aquel momento, Cándido Caro Balonero, se interpuso ante ellos e impidió que llevaran a cabo sus intenciones.

El 25 de agosto de 1936, poco más de un mes después de haberse producido el alzamiento de parte del ejército contra la República, las tropas nacionales hacen su entrada en Zalamea. Las fuerzas nacionales encabezadas por el capitán Gumersindo Varela Paz dirigió la operación de la toma del pueblo al frente de una columna procedente de Valverde del Camino. Esa columna se divide en tres secciones que realizan un movimiento envolvente entrando una por la Estación  Nueva, otra por la Zapatera y la otra por la Florida, La operación militar terminó sobre las 10 de la mañana y sobre el mediodía milicianos venidos desde El Campillo y Riotinto intentaron recuperar de nuevo el pueblo. Se produjeron enfrentamientos que rozaron en algunos casos el cuerpo a cuerpo. Finalmente fueron rechazados.

Más tarde  se produjo una dura represión que ya hemos narrado en otras ocasiones

Lógicamente todo lo que hemos contado supuso una interrupción en algunas celebraciones, particularmente afectaron a las procesiones de Semana Santa del año siguiente, que tuvo lugar del 21 al 28 de marzo de 1937, y probablemente a todas mientras duró la confrontación. Sabemos que el nuevo régimen, propició las manifestaciones religiosas desde un primer momento, pero las imágenes de las hermandades y cofradía no pudieron procesionar por haber sido destruidas en aquel incendio que se produjo en la Iglesia y las ermitas el 19 de julio. Poco después se empezaron a hacer gestiones para encargar nuevas imágenes. En  1938 se encargó el Cristo de la Sangre al escultor Bidón, y  Nuestra Señora de la Soledad en 1940.

Probablemente sería este mismo año cuando volvieron a salir de nuevo las procesiones con sus imágenes.

Como hemos visto las Semanas Santas de 1755, 1810, narradas en el artículo del año pasado y las  de  1888 y 1937 que hemos descrito ahora vinieron marcadas por las tragedias que las precedieron y que sin duda, y es lo más importante,  sufrieron en sus propias carnes aquellos antepasados nuestros que las vivieron.

martes, 2 de abril de 2024

VIDA COTIDIANA, USOS Y COSTUMBRES EN LA ZALAMEA DE 1425

 


Hemos hablado en otras ocasiones de la elección de San Vicente en aquel año de 1425, pero esta vez vamos a dedicar este artículo a tratar de aproximarnos a como era la vida cotidiana de los zalameños de aquel tiempo, los usos y costumbres de nuestros antepasados que vivieron hace casi 600 años.

 Pero antes de empezar nos situaremos en el contexto histórico de esa época. Había transcurrido poco más  de 150 años desde que Zalamea había sido conquistada a los musulmanes, y después de algunos avatares políticos entre Portugal y Castilla fue incorporada a   este último reino, castellanizando el nombre árabe (Salameh o Salamya)  convirtiéndolo en el que hoy tiene: “Zalamea. Pertenecíamos  entonces al señorío eclesiástico del arzobispado de Sevilla, al que había que pagarle los correspondientes diezmos y tributos.  

En un momento entre 1279 y 1400, Zalamea había adquirido la condición de “Villa”, ya que hasta entonces era reconocida simplemente como “lugar”. No era simplemente una cuestión de nombres; en aquella época había una diferencia notable entre “lugar” y “villa”, el primero era un conglomerado  de casas agrupadas y calles  con una organización y un gobierno muy rudimentario, mientras que la “villa” era una población jurisdiccionalmente reconocida, con sus instituciones y cargos de gobierno ya establecidos que en el caso concreto de Zalamea eran: dos alcaldes ordinarios, de los cuales uno debía quedar siempre en el pueblo cuando el otro se ausentaba; cuatro regidores, equivalentes a lo que hoy son los concejales; un mayordomo que administraba los bienes municipales y un alguacil que hacía las veces de policía. Las decisiones que afectaban al conjunto de la población se tomaban mediante un sistema denominado “concejo abierto” que consistía en reunir en un lugar público a los denominados “hombres buenos” del pueblo  y que solía celebrarse en la calle de la plaza, actual avenida de Andalucía, ante las Casas de Concejo, lo que hoy llamamos Ayuntamiento, o en el porche de la Iglesia. Los “hombres buenos” no eran todos los hombres del pueblo y no significa que los demás fueran “malos”, con esa expresión se designaban a los cristianos viejos que ostentaban la propiedad de tierras o bienes. Por cierto, probablemente la elección de San Vicente se produjo en un concejo abierto que se celebraría aquel 25 de marzo en la puerta de la iglesia. 

Aunque carecemos de datos precisos, podemos decir que en aquellos años la población se agrupaba e torno a un conjunto de calles y casas conformando un triángulo irregular  entre la Iglesia, el Ayuntamiento actual y la Plaza de Talero con una prolongación hacía el norte, Cabezo de Martín y otra hacía el sur por la actual calle Ruiz Tatay; el suelo era de tierra y las casas en su mayor parte de piedras o adobe, en este caso solían enjalbegarse para protegerla de la erosión del agua.  y disponían generalmente de un solo cuerpo en el que se hacía toda la vida, lavarse, dormir y cocinar, y disponían de amplios corrales con paredes de piedras en los que solía haber zahúrdas en las que se podía criar un máximo de dos “cochinos”, conejera, gallinero e incluso un pequeño huerto con el que se ayudaba a la subsistencia de la familia. Las necesidades fisiológicas de evacuación se hacían en el exterior, para lo cual se habilitaba en algún lugar del extenso corral una especie de foso que una vez lleno se tapaba convenientemente. Sólo las familias acomodadas poseían viviendas con una o dos habitaciones. En los alrededores del pueblo había, así mismo, un cinturón  de huertas y terrenos cercados que eran trabajados por algunas familias. También había una importante población diseminada por todo el término entre las que cabe destacar núcleos ya consolidados como El Buitrón, El Villar, Abiud y Buitroncillo, estos dos últimos hoy desaparecidos

Los zalameños vivían entonces especialmente de la agricultura y la ganadería, explotándose las dehesas y tierras comunales denominadas bienes de propios de los que se extraía madera y bellotas, producto fundamental para la alimentación del ganado y también humana, para lo cual todos los vecinos salían en otoño a las dehesas y a una orden del mayordomo elegían una encina y recogían su fruto, no pudiéndose acaparar más de una ni pasar  a otra hasta que no estuviese terminada la primera. Eran también abundantes la viñas, y se cultivaba cereales y lino, este último muy importante porque con él se fabricaba un tejido muy utilizado para confeccionar la ropa de la época. Desde luego había algunos que poseían su propias tierras en forma de “heredades” y que constituían la élite social,  económica y política de entonces. Contaba también el pueblo con una boyada municipal donde los vecinos podían llevar sus propios animales para que fuesen cuidados por un boyero, elegido todos los años y cuyo sueldo pagaba el concejo. Existen indicios de una incipiente industria artesanal de cueros, tejidos de lino, miel y cera. Contaba el pueblo al menos con una carnicería, una panadería y despachos de vino.

Nuestros antepasados se levantaban momentos antes del amanecer. con el canto del gallo o con el toque del ángelus y se empleaban en sus quehaceres habituales en sus propias tierras o sirviendo a algún otro propietario; los niños a partir de los diez o doce años también trabajaban (no había escuelas) y contribuían al sustento de las familias acompañando a sus padres en sus tareas o sirviendo al dueño de las tierras o ganado, trabajo del que regresaban, ambos, padre e hijo,  al oscurecer. Mientras tanto, las mujeres y las niñas desde que tenían uso de razón, se ocupaban de las tareas de la casa y cuidado de sus hijos o hermanos menores, salían a buscar las provisiones necesarias y cocinaban los alimentos o hacían el pan en su propia casa si no disponían de recursos para comprarlo.

Normalmente las comidas del día eran dos, el desayuno al levantarse y la comida principal al mediodía o por la tarde y sólo en algunas ocasiones, si había disponibilidad, se hacía una cena muy ligera,. En todas ellas las gachas  de cereales o higos, las tortas de harina de bellota, las ollas con pies, manos e intestinos de animales, constituían la base principal de los platos, acompañados tal vez por un poco de leche, en ocasiones algo de carne y quizá queso de elaboración propia, alguna vez aderezado con algo de vino que se acostumbraba a beber por la mañana. La fruta era un artículo de lujo .No era habitual el consumo de pescado, pero alguna que otra vez comían  sardinas  traídas en barricas con sal ( de ahí lo de sardinas embarricadas)

En la plaza, ante las propias casas del Concejo, hoy el Ayuntamiento, se instalaba periódicamente un mercado y las transacciones se hacían utilizando los pesos y medidas  controladas por el propio concejo. Para pesar se utilizaba la libra, unos 400 gramo y el almud, aproximadamente unos 8 kilos y para medir líquidos el azumbre, alrededor de dos litros y medio, y la arroba. Para medir distancias nuestros antepasados utilizaban la vara  que medía unos 88 cm, y que era la altura que normalmente debían medir las paredes de los terrenos cercados, vara que habitualmente llevaban los alcaldes ordinarios, antecedente  de la que hoy portan simbólicamente nuestros primeros ediles; también usaban la soga toledana equivalente a unos 8 metros; la soga de medir las majadas y el palmo eran también medidas comunes entre el pueblo y para las distancias largas se utilizaba la legua,  la distancia que podía recorrer un hombre andando en una hora.

Aunque muchas transacciones comerciales se hacía aún cambiando unos bienes por otros, ya estaban en circulación en Zalamea monedas que se  usaban para pagar la carne, el pan o productos elaborados como velas, candiles, cántaros o las multas que imponía el Concejo por la infracción de las ordenanzas en vigor. Las más habituales eran el maravedí, unidad monetaria de referencia, el real de vellón (34 maravedís) la blanca  (medio maravedí) y el dinero (unos siete maravedís)

Como no existían relojes, salvo uno de sol que se situaba normalmente en la fachada sur de las iglesias, denominado “reloj de misa”, nuestros antepasados se regían por la posición del sol, o por los toques de campana que se realizan puntualmente desde el campanario: ángelus, ave maría, ánimas, vísperas y completas. Esta última indica la hora de recogerse. Las calles del pueblo se  quedaban a oscuras y  dentro de las casas se alumbraban con un candil alimentado con una mecha y grasa de animal.

En las casas familiares vivían también los abuelos porque cuando su estado físico o enfermedad les impedía trabajar, su única manera de subsistir era ser acogido por sus hijos o hijas a los que ayudaban en la medida  que les permitía su estado porque no tenían otros ingresos. La esperanza de vida estaba entre los 35 o 40 años, pero eso no quiere decir que no hubiese personas que alcanzaran una edad más avanzada. Cuando algún miembro de la familia enfermaba, no tenemos constancia de que existieran en aquel momento médicos ni instituciones sanitarias,  se aplicaban remedios naturales que se transmitían de padres a hijos y si la enfermedad revestía cierta seriedad se acudían a sanadores especializados (curanderos). Los había que curaban las verrugas, los culebrones, el “mal de ojo”, o el “mal de vientre”, pero cuando alcanzaba una especial gravedad, epidemias de peste, viruela o cólera morbo, se recurría a la religión. Recordemos que el motivo de la elección de San Vicente fue una epidemia de peste, “pestilencia”, según indican las reglas de 1425.

Cuando alguien fallecía, después del correspondiente velatorio, su cuerpo era trasladado envuelto en un paño en unas “andas”, una especie de parihuela,  y eran  enterrados en el interior o alrededores de la iglesia o ermitas, puesto que no había cementerio. La iglesia y la torre  eran más pequeñas que las actuales y solo tenemos constancia de tres ermitas en el término: la de Santa María de Ureña (San Blas), la de San Vicente  y la de Santa Marina en el Villar. Claro que dependiendo  de su estatus social eran inhumados  dentro o fuera del edificio. Como no había servicios funerarios, para que las honras fúnebres, acompañamiento en el entierro, misas por su alma, etc. Se realizaran convenientemente era necesario que se dispusiera de bienes  o que el finado formara parte de alguna hermandad religiosa, que se ocupaba de todo, de lo contrario prácticamente era enterrado en el anonimato en alguna fosa de un lugar discreto.

Estas son sólo algunas pinceladas que nos traen un reflejo de la vida cotidiana de los zalameños en aquel lejano 1425, del que pronto, dentro de dos años, conmemoraremos el 600 aniversario de la elección de San Vicente  como patrón. Seis siglos.