Tan sólo 60 años más tarde se desarrollaron otros
enfrentamientos entre 1640 y 1668 en la llamada Guerra de Restauración. Los
portugueses que no habían aceptado nunca de buen grado que un rey español se
sentara en el trono de su país se rebelaron contra el monarca Felipe IV para
recuperar la independencia. En realidad no se había llegado nunca a una unión
formal de ambos reinos, Portugal seguía conservando su imperio y sus propios
fueros, pero nuestros vecinos preferían tener su propio rey por lo que se desató
una guerra que afectó especialmente a los pueblos limítrofes de la frontera
entre ambos países con continuas incursiones de los ejércitos, en muchos casos
faltos de disciplina, en las poblaciones cercanas realizando todo tipo de
saqueos, matanzas y violaciones.
La contienda que se prolongó durante 28 años implicó también a otros países europeos interesados en debilitar la hegemonía española. Fue probablemente el más cruento enfrentamiento entre ambas naciones, que dejó huella en la memoria colectiva de los habitantes de España y Portugal durante mucho tiempo. Las referencias que hemos podidos conocer en textos y obras específicas acerca de la crueldad de los trágicos sucesos ocurridos durante esta guerra en los pueblos limítrofes con la frontera de ambos países son estremecedores. Los ejércitos tanto de un lado como de otro sufrían constantes deserciones que eran castigadas con las más duras penas: mutilaciones, fusilamientos sumarísimos; soldados que cambiaban de bando según los intereses y las ventajas que les ofrecían unos y otros sobre los que los oficiales tomaban represalias haciéndoselo pagar a familiares y propiedades. Las poblaciones sufrían constantes saqueos por parte de las tropas enemigas que realizaban incursiones por sorpresa y que no tenían el menor reparo en violar a mujeres y niñas y asesinar sin distinción de género ni edad, expoliando alimentos y bienes y arrasando viviendas. Todo ello dejó una profunda herida en los dos lados de la frontera que tardó largo tiempo en sanar. No tenemos constancia, sin embargo, de que esto se produjera en nuestro pueblo, al menos no hemos encontrado referencias a ello en el archivo municipal, quizá su relativa distancia con la primera línea la mantuvo a salvo de estos desmanes.
Finalmente España tuvo que reconocer la
independencia de Portugal donde prácticamente reinaba la casa de Braganza desde
el inicio del conflicto.
Los portugueses también intervinieron en la Guerra de Sucesión
española entre 1701 y 1714. Carlos II, el último rey de la dinastía de los
Austrias murió sin descendencia y designó heredero a Felipe de Borbón, nieto
del rey de Francia, contra el que se formó una alianza de países europeos,
encabezados por Gran Bretaña, que tenía sus propios intereses contrarios a la
hegemonía de los Borbones. Portugal tomó partido por aquella alianza por lo que
de nuevo se volvieron a repetir los enfrentamientos en la frontera con
Portugal. La guerra terminó básicamente con el tratado de Utrecht en las que nuestro
país pierde sus posesiones en Europa y el peñón de Gibraltar a cambio del
reconocimiento de Felipe V por las potencias emergentes europeas. Por cierto el
Tratado de Utrecht sigue en vigor en lo que respecta a Gibraltar y es hoy una
fuente de controversia política
internacional entre España y Reino Unido que hacen constantes referencias a él
para reclamar determinadas situaciones de jurisdicción y sirve
de base a las pretensiones españolas con respecto a su derecho a la devolución
de este territorio.
Conviene aquí realizar una aproximación al panorama social y económico de Zalamea en el periodo comprendido desde el siglo XVI al XVIII. Nos encontramos con un pueblo cuya población iría oscilando entre las 2500 y 3000 personas, repartidas entre todos los núcleos de población que constituían el municipio que incluía la propia Zalamea y sus numerosas aldeas entre las que se contaba entonces con los actuales pueblos de El Campillo, Riotinto y Nerva que no se habían emancipado aún. A finales del siglo XVI Zalamea había contraído una enorme deuda por el pago a la corona por su “exención y libertad·. Deuda que se elevaba a 15 cuentos (millones) 104.190 maravedíes, una cantidad elevadísima para la época. A cambio recibiría una carta de privilegio que le otorgaba el dominio de su propia jurisdicción. La economía se basaba fundamentalmente en la agricultura y la ganadería, explotándose grandes extensiones de terreno como “bienes de propios” por el común de los vecinos. Igualmente se desarrollaron industrias artesanales derivadas de esa actividad agropecuaria, especialmente de lino, cera y cordobanes.
En el siglo XVIII España en general y Zalamea en particular atraviesan una difícil situación económica. De forma que dejaron de atenderse algunas obligaciones tributarias que se tenían contraídas. A principio de este siglo Zalamea se vio obligada a embarcarse en un costoso proceso judicial para defender los privilegios otorgados en 1592, durante el cual se le impuso la figura de un alcalde mayor que ejercía su autoridad por encima de los alcaldes ordinarios. Felipe V (el primer rey de la dinastía Borbón) había declarado baldías muchos de las terrenos de propios por lo que nuestro pueblo debió defender los derechos adquiridos en los privilegios de 1592 otorgados por Felipe II. En este marco es cuando se produce el reinicio de la explotación de las hasta ese momento olvidadas Minas de Riotinto, abriéndose otro frente de confrontación con las compañías explotadoras de las minas que a la postre acabarían con la emancipación en los siglos XIX y XX de Riotinto, Nerva y El Campillo. ///