sábado, 6 de abril de 2024

SEMANAS SANTAS MARCADAS POR LA TRAGEDIA (ii)

 


En el capítulo anterior, publicado en la revista del año 2023, hablábamos de las dos primeras Semanas Santas que habían sido marcadas por hechos trágicos ocurridos en aquellas fechas, se trataba del terremoto de Lisboa de 1755 y de la invasión francesa de nuestro pueblo que sucedió precisamente el Domingo de Ramos de 1810. En esta ocasión abordaremos las dos restantes de las cuatro a la que hicimos mención.

La primera a la que nos referiremos es la Semana Santa de 1888. Este año tuvo lugar el trágico suceso de la manifestación duramente reprimida en Riotinto el 4 de febrero de ese año por la cuestión de los humos. Como todo el mundo sabe esta manifestación fue consecuencia de la larga lucha que los pueblos mantuvieron contra la compañía inglesa de Minas de Riotinto que extraían el mineral utilizando el sistema de calcinaciones al aire libre provocando de esa manera la emisión de cientos de toneladas de humo sulfuroso que perjudicaban la salud, a la agricultura y al medio ambiente  y que venían realizándose desde muchos años atrás aunque con la llegada de los ingleses se incrementó exponencialmente. A ese malestar se unió a comienzos del año 1888 el descontento de los obreros de las minas por las condiciones laborales en las que realizaban su trabajo, reclamando, además de unas mejores condiciones laborales, la retirada de ciertas obligaciones, una de ellas la contribución de la peseta del seguro médico, y así ambos grupos unieron sus intereses y se fraguó la manifestación que partió de Zalamea encabezada por una banda de música en la mañana del 4 de febrero de 1888. Una vez en Riotinto se reunió con otra procedente de Nerva de obreros y se situaron frente al Ayuntamiento del antiguo pueblo de Minas de Riotinto adonde llegó un destacamento militar procedente de Huelva acompañando al gobernador civil. Allí una comisión de representantes de los obreros y de la liga antihumos exigió a la corporación municipal y a las autoridades mineras que aceptaran sus condiciones, pero los soldados del regimiento de Pavía, a instancias del gobernador,  disparó a bocajarro contra los manifestantes y posteriormente realizó una carga con bayoneta calada. Aunque oficialmente solo se reconocieron trece muertos, la cifras que hoy se manejan tomando como referencia los documentos que hablan de este suceso elevan el número de víctimas mortales a un centenar.

Un mes y medio más tarde tiene lugar la celebración de la  Semana Santa, que aquel año se desarrolló entre el 26 de marzo y el 1 de abril. En aquellos tiempos en Zalamea procesionaba la hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Vía Sacra. Suponemos, por la proximidad de las fechas, que los hechos que hemos narrado debieron afectar profundamente a la población. La tradición habla de que la mayor parte de los componentes de la banda de música que encabezaba la manifestación murió aquel día y que durante mucho tiempo después , el temor a las represalias estuvo presente en el sentir popular. Ahora bien sabemos que al menos la hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno salíó en procesión porque el domingo de Ramos 25 de marzo se reunió su junta de gobierno y acordaron aportar cada uno de los componentes de hermandad 2 pesetas para sufragar los gastos de esa Semana Santa.

Todos los indicios apuntan a que se celebró, pero sin duda el 4 de febrero debió marcar profundamente aquella Semana Santa de 1888.

La Semana Santa de 1937.

El 18 de julio de 1936 se produce un pronunciamiento militar contra la República, este pronunciamiento fracasa en primera instancia y esto da lugar a una cruenta guerra civil que se prolonga hasta abril de 1939. En Zalamea, como reacción al golpe militar, probablemente el mismo 19 de julio, un grupo de radicales encabezados, al parecer por una mujer, proveniente de pueblos próximos y al que se unieron algunos exaltados de la población, incendiaron la Iglesia Parroquial y las ermitas, lo que produjo graves daños al edificio y también la destrucción de las imágenes, entre ellas las que salían en procesión durante la Semana Santa, como fue el caso de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Virgen de la Soledad.

Desde el mismo 18 de julio hasta el 25 de agosto, los exaltados del pueblo procedieron a detener a numerosas personas que se destacaron por su afinidad con los sublevados acusándolos de connivencias con los rebeldes.

Desde un pueblo próximo acudió un grupo de personas con la intención de ejecutar a los que estaban detenidos en la cárcel. El alcalde, en aquel momento, Cándido Caro Balonero, se interpuso ante ellos e impidió que llevaran a cabo sus intenciones.

El 25 de agosto de 1936, poco más de un mes después de haberse producido el alzamiento de parte del ejército contra la República, las tropas nacionales hacen su entrada en Zalamea. Las fuerzas nacionales encabezadas por el capitán Gumersindo Varela Paz dirigió la operación de la toma del pueblo al frente de una columna procedente de Valverde del Camino. Esa columna se divide en tres secciones que realizan un movimiento envolvente entrando una por la Estación  Nueva, otra por la Zapatera y la otra por la Florida, La operación militar terminó sobre las 10 de la mañana y sobre el mediodía milicianos venidos desde El Campillo y Riotinto intentaron recuperar de nuevo el pueblo. Se produjeron enfrentamientos que rozaron en algunos casos el cuerpo a cuerpo. Finalmente fueron rechazados.

Más tarde  se produjo una dura represión que ya hemos narrado en otras ocasiones

Lógicamente todo lo que hemos contado supuso una interrupción en algunas celebraciones, particularmente afectaron a las procesiones de Semana Santa del año siguiente, que tuvo lugar del 21 al 28 de marzo de 1937, y probablemente a todas mientras duró la confrontación. Sabemos que el nuevo régimen, propició las manifestaciones religiosas desde un primer momento, pero las imágenes de las hermandades y cofradía no pudieron procesionar por haber sido destruidas en aquel incendio que se produjo en la Iglesia y las ermitas el 19 de julio. Poco después se empezaron a hacer gestiones para encargar nuevas imágenes. En  1938 se encargó el Cristo de la Sangre al escultor Bidón, y  Nuestra Señora de la Soledad en 1940.

Probablemente sería este mismo año cuando volvieron a salir de nuevo las procesiones con sus imágenes.

Como hemos visto las Semanas Santas de 1755, 1810, narradas en el artículo del año pasado y las  de  1888 y 1937 que hemos descrito ahora vinieron marcadas por las tragedias que las precedieron y que sin duda, y es lo más importante,  sufrieron en sus propias carnes aquellos antepasados nuestros que las vivieron.

martes, 2 de abril de 2024

VIDA COTIDIANA, USOS Y COSTUMBRES EN LA ZALAMEA DE 1425

 


Hemos hablado en otras ocasiones de la elección de San Vicente en aquel año de 1425, pero esta vez vamos a dedicar este artículo a tratar de aproximarnos a como era la vida cotidiana de los zalameños de aquel tiempo, los usos y costumbres de nuestros antepasados que vivieron hace casi 600 años.

 Pero antes de empezar nos situaremos en el contexto histórico de esa época. Había transcurrido poco más  de 150 años desde que Zalamea había sido conquistada a los musulmanes, y después de algunos avatares políticos entre Portugal y Castilla fue incorporada a   este último reino, castellanizando el nombre árabe (Salameh o Salamya)  convirtiéndolo en el que hoy tiene: “Zalamea. Pertenecíamos  entonces al señorío eclesiástico del arzobispado de Sevilla, al que había que pagarle los correspondientes diezmos y tributos.  

En un momento entre 1279 y 1400, Zalamea había adquirido la condición de “Villa”, ya que hasta entonces era reconocida simplemente como “lugar”. No era simplemente una cuestión de nombres; en aquella época había una diferencia notable entre “lugar” y “villa”, el primero era un conglomerado  de casas agrupadas y calles  con una organización y un gobierno muy rudimentario, mientras que la “villa” era una población jurisdiccionalmente reconocida, con sus instituciones y cargos de gobierno ya establecidos que en el caso concreto de Zalamea eran: dos alcaldes ordinarios, de los cuales uno debía quedar siempre en el pueblo cuando el otro se ausentaba; cuatro regidores, equivalentes a lo que hoy son los concejales; un mayordomo que administraba los bienes municipales y un alguacil que hacía las veces de policía. Las decisiones que afectaban al conjunto de la población se tomaban mediante un sistema denominado “concejo abierto” que consistía en reunir en un lugar público a los denominados “hombres buenos” del pueblo  y que solía celebrarse en la calle de la plaza, actual avenida de Andalucía, ante las Casas de Concejo, lo que hoy llamamos Ayuntamiento, o en el porche de la Iglesia. Los “hombres buenos” no eran todos los hombres del pueblo y no significa que los demás fueran “malos”, con esa expresión se designaban a los cristianos viejos que ostentaban la propiedad de tierras o bienes. Por cierto, probablemente la elección de San Vicente se produjo en un concejo abierto que se celebraría aquel 25 de marzo en la puerta de la iglesia. 

Aunque carecemos de datos precisos, podemos decir que en aquellos años la población se agrupaba e torno a un conjunto de calles y casas conformando un triángulo irregular  entre la Iglesia, el Ayuntamiento actual y la Plaza de Talero con una prolongación hacía el norte, Cabezo de Martín y otra hacía el sur por la actual calle Ruiz Tatay; el suelo era de tierra y las casas en su mayor parte de piedras o adobe, en este caso solían enjalbegarse para protegerla de la erosión del agua.  y disponían generalmente de un solo cuerpo en el que se hacía toda la vida, lavarse, dormir y cocinar, y disponían de amplios corrales con paredes de piedras en los que solía haber zahúrdas en las que se podía criar un máximo de dos “cochinos”, conejera, gallinero e incluso un pequeño huerto con el que se ayudaba a la subsistencia de la familia. Las necesidades fisiológicas de evacuación se hacían en el exterior, para lo cual se habilitaba en algún lugar del extenso corral una especie de foso que una vez lleno se tapaba convenientemente. Sólo las familias acomodadas poseían viviendas con una o dos habitaciones. En los alrededores del pueblo había, así mismo, un cinturón  de huertas y terrenos cercados que eran trabajados por algunas familias. También había una importante población diseminada por todo el término entre las que cabe destacar núcleos ya consolidados como El Buitrón, El Villar, Abiud y Buitroncillo, estos dos últimos hoy desaparecidos

Los zalameños vivían entonces especialmente de la agricultura y la ganadería, explotándose las dehesas y tierras comunales denominadas bienes de propios de los que se extraía madera y bellotas, producto fundamental para la alimentación del ganado y también humana, para lo cual todos los vecinos salían en otoño a las dehesas y a una orden del mayordomo elegían una encina y recogían su fruto, no pudiéndose acaparar más de una ni pasar  a otra hasta que no estuviese terminada la primera. Eran también abundantes la viñas, y se cultivaba cereales y lino, este último muy importante porque con él se fabricaba un tejido muy utilizado para confeccionar la ropa de la época. Desde luego había algunos que poseían su propias tierras en forma de “heredades” y que constituían la élite social,  económica y política de entonces. Contaba también el pueblo con una boyada municipal donde los vecinos podían llevar sus propios animales para que fuesen cuidados por un boyero, elegido todos los años y cuyo sueldo pagaba el concejo. Existen indicios de una incipiente industria artesanal de cueros, tejidos de lino, miel y cera. Contaba el pueblo al menos con una carnicería, una panadería y despachos de vino.

Nuestros antepasados se levantaban momentos antes del amanecer. con el canto del gallo o con el toque del ángelus y se empleaban en sus quehaceres habituales en sus propias tierras o sirviendo a algún otro propietario; los niños a partir de los diez o doce años también trabajaban (no había escuelas) y contribuían al sustento de las familias acompañando a sus padres en sus tareas o sirviendo al dueño de las tierras o ganado, trabajo del que regresaban, ambos, padre e hijo,  al oscurecer. Mientras tanto, las mujeres y las niñas desde que tenían uso de razón, se ocupaban de las tareas de la casa y cuidado de sus hijos o hermanos menores, salían a buscar las provisiones necesarias y cocinaban los alimentos o hacían el pan en su propia casa si no disponían de recursos para comprarlo.

Normalmente las comidas del día eran dos, el desayuno al levantarse y la comida principal al mediodía o por la tarde y sólo en algunas ocasiones, si había disponibilidad, se hacía una cena muy ligera,. En todas ellas las gachas  de cereales o higos, las tortas de harina de bellota, las ollas con pies, manos e intestinos de animales, constituían la base principal de los platos, acompañados tal vez por un poco de leche, en ocasiones algo de carne y quizá queso de elaboración propia, alguna vez aderezado con algo de vino que se acostumbraba a beber por la mañana. La fruta era un artículo de lujo .No era habitual el consumo de pescado, pero alguna que otra vez comían  sardinas  traídas en barricas con sal ( de ahí lo de sardinas embarricadas)

En la plaza, ante las propias casas del Concejo, hoy el Ayuntamiento, se instalaba periódicamente un mercado y las transacciones se hacían utilizando los pesos y medidas  controladas por el propio concejo. Para pesar se utilizaba la libra, unos 400 gramo y el almud, aproximadamente unos 8 kilos y para medir líquidos el azumbre, alrededor de dos litros y medio, y la arroba. Para medir distancias nuestros antepasados utilizaban la vara  que medía unos 88 cm, y que era la altura que normalmente debían medir las paredes de los terrenos cercados, vara que habitualmente llevaban los alcaldes ordinarios, antecedente  de la que hoy portan simbólicamente nuestros primeros ediles; también usaban la soga toledana equivalente a unos 8 metros; la soga de medir las majadas y el palmo eran también medidas comunes entre el pueblo y para las distancias largas se utilizaba la legua,  la distancia que podía recorrer un hombre andando en una hora.

Aunque muchas transacciones comerciales se hacía aún cambiando unos bienes por otros, ya estaban en circulación en Zalamea monedas que se  usaban para pagar la carne, el pan o productos elaborados como velas, candiles, cántaros o las multas que imponía el Concejo por la infracción de las ordenanzas en vigor. Las más habituales eran el maravedí, unidad monetaria de referencia, el real de vellón (34 maravedís) la blanca  (medio maravedí) y el dinero (unos siete maravedís)

Como no existían relojes, salvo uno de sol que se situaba normalmente en la fachada sur de las iglesias, denominado “reloj de misa”, nuestros antepasados se regían por la posición del sol, o por los toques de campana que se realizan puntualmente desde el campanario: ángelus, ave maría, ánimas, vísperas y completas. Esta última indica la hora de recogerse. Las calles del pueblo se  quedaban a oscuras y  dentro de las casas se alumbraban con un candil alimentado con una mecha y grasa de animal.

En las casas familiares vivían también los abuelos porque cuando su estado físico o enfermedad les impedía trabajar, su única manera de subsistir era ser acogido por sus hijos o hijas a los que ayudaban en la medida  que les permitía su estado porque no tenían otros ingresos. La esperanza de vida estaba entre los 35 o 40 años, pero eso no quiere decir que no hubiese personas que alcanzaran una edad más avanzada. Cuando algún miembro de la familia enfermaba, no tenemos constancia de que existieran en aquel momento médicos ni instituciones sanitarias,  se aplicaban remedios naturales que se transmitían de padres a hijos y si la enfermedad revestía cierta seriedad se acudían a sanadores especializados (curanderos). Los había que curaban las verrugas, los culebrones, el “mal de ojo”, o el “mal de vientre”, pero cuando alcanzaba una especial gravedad, epidemias de peste, viruela o cólera morbo, se recurría a la religión. Recordemos que el motivo de la elección de San Vicente fue una epidemia de peste, “pestilencia”, según indican las reglas de 1425.

Cuando alguien fallecía, después del correspondiente velatorio, su cuerpo era trasladado envuelto en un paño en unas “andas”, una especie de parihuela,  y eran  enterrados en el interior o alrededores de la iglesia o ermitas, puesto que no había cementerio. La iglesia y la torre  eran más pequeñas que las actuales y solo tenemos constancia de tres ermitas en el término: la de Santa María de Ureña (San Blas), la de San Vicente  y la de Santa Marina en el Villar. Claro que dependiendo  de su estatus social eran inhumados  dentro o fuera del edificio. Como no había servicios funerarios, para que las honras fúnebres, acompañamiento en el entierro, misas por su alma, etc. Se realizaran convenientemente era necesario que se dispusiera de bienes  o que el finado formara parte de alguna hermandad religiosa, que se ocupaba de todo, de lo contrario prácticamente era enterrado en el anonimato en alguna fosa de un lugar discreto.

Estas son sólo algunas pinceladas que nos traen un reflejo de la vida cotidiana de los zalameños en aquel lejano 1425, del que pronto, dentro de dos años, conmemoraremos el 600 aniversario de la elección de San Vicente  como patrón. Seis siglos.