VESTIGIOS DE LA REPOBLACIÓN CASTELLANO-LEONESA DESPUÉS DE LA RECONQUISTA EN ZALAMEA LA REAL
De todos es sabido que hasta mediados del siglo XIII, nuestro
pueblo permaneció bajo el dominio musulmán, siendo conocido probablemente con
el nombre de Salamu-um o Salamya. Alrededor de 1250 Zalamea es reconquistada a
los musulmanes y pasa a depender del dominio cristiano. Desde luego nos movemos
en el terreno de las conjeturas a falta de datos arqueológicos o documentales,
pero no hubo ninguna batalla, ni acción
bélica, ni asalto por la fuerza a la población, lo más probable que ocurriera
es que cuando Fernando III incorporó a sus dominios el reino de Sevilla, los territorios
dependientes de aquella administración pasaran a ser controlados por los nuevos
señores. Desde entonces se sucedió una época en que nuestro pueblo, por aquel
tiempo un pequeño lugar que aún no tenía la consideración de villa, sufrió los
continuos enfrentamientos entre musulmanes y cristianos e incluso entre
portugueses y castellanos que se disputaban el dominio de la zona, pasando a
depender de unos o de otros hasta que en 1267, merced al tratado de Badajoz,
pasa a quedar bajo el dominio de Alfonso X, rey de Castilla y León, hijo y
sucesor de Fernando III, que en 1279
cede el señorío de nuestro pueblo al arzobispado de Sevilla mediante un
privilegio rodado que hasta ahora es el primer documento en el que aparece el
nombre de Zalamea.
Naturalmente,
después de la reconquista, la población musulmana en su mayor parte abandona la
comarca y aunque puede que algunos permanecieran aquí, acatando el señorío de los nuevos dueños, la
zona necesitó ser repoblada y empezaron a llegar a lo largo del siglo XIII y
XIV contingentes de personas que procedían de los reinos de Castilla y León,
que recibieron “heredades”, porciones de tierras más o menos extensas, para
incentivar su asentamiento. Hoy los vestigios de aquellos primeros repobladores
son escasos, pero si rebuscamos detenidamente en nuestro pasado podemos
encontrar algunos indicios que a pesar de los años transcurridos y las modificaciones sufridas
por su adaptación a los nuevos tiempos aún pueden vislumbrarse.
Es el caso de la ermita de San Blas,
originalmente dedicada a Santa María de Ureña, un culto que con toda
probabilidad fue traído por los colonos procedentes del noroeste de Castilla,
donde se le rendía culto, que aprovecharon las ruinas de un pequeño templo de
origen romano para levantar allí la ermita bajo la advocación de esta virgen,
cuya imagen una vez restaurada se muestra hoy en nuestro templo parroquial.
Sabemos con toda certeza que estaba ya construida a finales del siglo XIV
porque en las primitivas reglas de la
hermandad de San Vicente de 1425 es mencionada expresamente.
Probablemente otro vestigio es el
propio culto a San Vicente. Sabemos que durante la Edad Media la devoción a
este Santo se extendió por los reinos cristianos y cuando fue elegido Santo
Patrón en aquel año de 1425, las propias reglas de la hermandad elaboradas en
ese momento nos dan indicios de que es una devoción antigua que ya se tenía en
Zalamea.
Otros vestigios los encontramos en
algunos topónimos asociados a nombres propios que perduraron durante mucho
tiempo, hoy ya desaparecidos, son igualmente una reminiscencia de aquellas
primeras repoblaciones como fue el caso de algunas fuentes que existieron en nuestro pueblo, se trata de la de Mingo
Marcos, la de Mingo Benito o Mingo Gil. Sabemos que el apellido “Mingo”
relacionado con el nombre “Domingo” era muy usual en los reinos de Castilla y
León en los siglos XIII y XIV y esas fuentes aparecen mencionadas ya en las
Ordenanzas Municipales de 1535.
Por otro lado algunos nombres y
apellidos que aún perduran en Zalamea podrían ser vestigios de aquellas
primeros colonos: León, Pastor, Martín, Bartolomé, Jiménez, Alonso. Claro está
que la generalización de estos nombres y apellidos en toda la península hace
difícil asegurarlo, pero ¿quién sabe? Lo cierto es que aparecen entre los
nombres de los primeros zalameños conocidos a principios del siglo XV
Por último, y quizá el más
importante, está en el folklore zalameño: El fandango, los bailes y los trajes típicos de mujer. El análisis de
la candencia, el ritmo y la estructura del fandango responde a unos parámetros
que guardan gran similitud con los canticos de comarcas castellano leonesas que
conservan los bailes típicos medievales. Los estudiosos que han profundizado en
el tema aventuran la hipótesis que data su origen en el siglo XIII, todo ello apoyado igualmente por el estilo de su baile, tres grupos de cuatro personas, que acentúan los movimientos acompasándolos al ritmo del
cante. El acompañamiento musical que hoy tienen, guitarra, laud y bandurria no
serían los mismos que originalmente tenían, puede que el laud sí lo fuera, pero
probablemente otros instrumentos les
creaban el fondo musical por aquel entonces, quizá un rabel, pero casi con
seguridad los actuales reproducen en gran medida los sonidos primitivos. Cualquiera
que ahonde en el tema puede apreciar los paralelismos existentes en otros pueblos de la provincia
de Huelva: Encinasola, Puebla de Guzman y Alosno, pueblos en los que la
influencia de las repoblaciones de los siglos XIII y XIV son también notables
Por otra parte, el traje típico
femenino compuesto por elementos similares a los que pueden apreciarse en los
trajes folclóricos de toda la franja occidental de Andalucía, Extremadura y
Castilla y León: Monillo de seda o terciopelo de color oscuro rematado de puños y cuello abotonados de
color claro, calzón blanco a la rodilla, enaguas blancas, falda de tafetán lisa
o alistada, delantal de tela negra, medias de cuchilla, pañoleta de encaje y
zapato negro de tacón bajo. El peinado
se acababa con el pelo recogido en moño bajo atrás con lazo y adorno floral.
Originalmente el traje era de una elaboración sencilla; con el tiempo sus
distintos elementos se han ido enriqueciendo con adornos, bordados, sedas,
joyas y encajes que le han dotado de mayor vistosidad.
Aunque el traje típico no era
utilizado exclusivamente para la interpretación del fandango sino que era
utilizado en determinadas ceremonias religiosas y profanas, dado el ritual
inherente a este tipo de bailes es presumible que inicialmente en los grupos
hubiese también hombres aunque no podemos asegurarlo porque en las referencias e imágenes que nos llegan
siempre aparecen mujeres.
Capítulo aparte merece la
incorporación a nuestro folclore de las sevillanas pardas, que en ningún caso
puede considerarse un vestigio medieval. Se trata más bien de la inclusión,
probablemente durante el siglo XIX, de los bailes típicos del reino de Sevilla
que se popularizaron en ese siglo y que las zalameñas añadieron a su folclore
interpretándolas con el mismo traje típico que se utilizaba para las ceremonias
públicas y el baile del fandango. Respeto al apelativo de “pardas” puede que se
trate de la aplicación del apodo con el que los zalameños eran conocidos en el
resto de la Cuenca, “pardos”, por el color predominante de la vestimenta que
usaban nuestros antepasados. Sin embargo hemos averiguado que en algunas partes
de Castilla, los trajes típicos y los canticos también recibían el nombre de
“pardos” ¿Podría tratarse de una coincidencia o hay quizá alguna relación? No
podemos responder a ello por ahora
Independientemente de que se trate de
vestigios de la repoblación castellana, el folclore zalameño ha causado
impresión allí donde ha sido representado, por la belleza y armonía tanto
de su música como de sus bailes.
Recién acabada la guerra civil, en 1939, en una concentración celebrada en
Medina del Campo obtuvo el primer premio: así mismo en 1943 obtuvo dos premios
de carácter nacional, uno en Madrid en el Concurso de Coros y Danzas y otro en
Barcelona en un concurso de bailes regionales. Recientemente ha sido reconocido
en concentraciones realizadas en Elda, Tarrasa y en la propia Zalamea, en un
encuentro de danzas y bailes típicos de la provincia de Huelva. Es de justicia,
y sirva como reconocimiento público, que
durante décadas dos maestras. Ángeles Mora y Mª Teresa Serrano, mantuvieron
viva esta tradición haciendo una labor de conservación impagable. Nos alegra
saber que hoy hay jóvenes dispuestas a tomar el relevo.
Porque el fandango y las sevillanas
“pardas” constituyen hoy una joya que los zalameños y zalameñas tenemos la
obligación de preservar tanto por su valor musical y artístico como por su
profundo significado histórico.
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