martes, 1 de octubre de 2024

VESTIGIOS DE LA REPOBLACIÓN CASTELLANO-LEONESA DESPUÉS DE LA RECONQUISTA EN ZALAMEA LA REAL




De todos es sabido que hasta mediados del siglo XIII, nuestro pueblo permaneció bajo el dominio musulmán, siendo conocido probablemente con el nombre de Salamu-um o Salamya. Alrededor de 1250 Zalamea es reconquistada a los musulmanes y pasa a depender del dominio cristiano. Desde luego nos movemos en el terreno de las conjeturas a falta de datos arqueológicos o documentales, pero no  hubo ninguna batalla, ni acción bélica, ni asalto por la fuerza a la población, lo más probable que ocurriera es que cuando Fernando III incorporó a sus dominios el reino de Sevilla, los territorios dependientes de aquella administración pasaran a ser controlados por los nuevos señores. Desde entonces se sucedió una época en que nuestro pueblo, por aquel tiempo un pequeño lugar que aún no tenía la consideración de villa, sufrió los continuos enfrentamientos entre musulmanes y cristianos e incluso entre portugueses y castellanos que se disputaban el dominio de la zona, pasando a depender de unos o de otros hasta que en 1267, merced al tratado de Badajoz, pasa a quedar bajo el dominio de Alfonso X, rey de Castilla y León, hijo y sucesor de Fernando III, que en 1279  cede el señorío de nuestro pueblo al arzobispado de Sevilla mediante un privilegio rodado que hasta ahora es el primer documento en el que aparece el nombre de Zalamea.

              Naturalmente, después de la reconquista, la población musulmana en su mayor parte abandona la comarca y aunque puede que algunos permanecieran aquí,  acatando el señorío de los nuevos dueños, la zona necesitó ser repoblada y empezaron a llegar a lo largo del siglo XIII y XIV contingentes de personas que procedían de los reinos de Castilla y León, que recibieron “heredades”, porciones de tierras más o menos extensas, para incentivar su asentamiento. Hoy los vestigios de aquellos primeros repobladores son escasos, pero si rebuscamos detenidamente en nuestro pasado podemos encontrar algunos indicios que a pesar de los años  transcurridos y las modificaciones sufridas por su adaptación a los nuevos tiempos aún pueden vislumbrarse.

Es el caso de la ermita de San Blas, originalmente dedicada a Santa María de Ureña, un culto que con toda probabilidad fue traído por los colonos procedentes del noroeste de Castilla, donde se le rendía culto, que aprovecharon las ruinas de un pequeño templo de origen romano para levantar allí la ermita bajo la advocación de esta virgen, cuya imagen una vez restaurada se muestra hoy en nuestro templo parroquial. Sabemos con toda certeza que estaba ya construida a finales del siglo XIV porque en las primitivas  reglas de la hermandad de San Vicente de 1425 es mencionada expresamente.

Probablemente otro vestigio es el propio culto a San Vicente. Sabemos que durante la Edad Media la devoción a este Santo se extendió por los reinos cristianos y cuando fue elegido Santo Patrón en aquel año de 1425, las propias reglas de la hermandad elaboradas en ese momento nos dan indicios de que es una devoción antigua que ya se tenía en Zalamea.

Otros vestigios los encontramos en algunos topónimos asociados a nombres propios que perduraron durante mucho tiempo, hoy ya desaparecidos, son igualmente una reminiscencia de aquellas primeras repoblaciones como fue el caso de algunas fuentes que existieron  en nuestro pueblo, se trata de la de Mingo Marcos, la de Mingo Benito o Mingo Gil. Sabemos que el apellido “Mingo” relacionado con el nombre “Domingo” era muy usual en los reinos de Castilla y León en los siglos XIII y XIV y esas fuentes aparecen mencionadas ya en las Ordenanzas Municipales de 1535.

Por otro lado algunos nombres y apellidos que aún perduran en Zalamea podrían ser vestigios de aquellas primeros colonos: León, Pastor, Martín, Bartolomé, Jiménez, Alonso. Claro está que la generalización de estos nombres y apellidos en toda la península hace difícil asegurarlo, pero ¿quién sabe? Lo cierto es que aparecen entre los nombres de los primeros zalameños conocidos a principios del siglo XV

Por último, y quizá el más importante, está en el folklore zalameño: El fandango, los bailes  y los trajes típicos de mujer. El análisis de la candencia, el ritmo y la estructura del fandango responde a unos parámetros que guardan gran similitud con los canticos de comarcas castellano leonesas que conservan los bailes típicos medievales. Los estudiosos que han profundizado en el tema aventuran la hipótesis que data su origen  en el siglo XIII, todo ello  apoyado igualmente por el estilo  de su baile, tres  grupos de cuatro personas, que acentúan  los movimientos acompasándolos al ritmo del cante. El acompañamiento musical que hoy tienen, guitarra, laud y bandurria no serían los mismos que originalmente tenían, puede que el laud sí lo fuera, pero probablemente otros instrumentos  les creaban el fondo musical por aquel entonces, quizá un rabel, pero casi con seguridad los actuales reproducen en gran medida los sonidos primitivos. Cualquiera que ahonde en el tema puede apreciar los paralelismos  existentes en otros pueblos de la provincia de Huelva: Encinasola, Puebla de Guzman y Alosno, pueblos en los que la influencia de las repoblaciones de los siglos XIII y XIV son también notables

Por otra parte, el traje típico femenino compuesto por elementos similares a los que pueden apreciarse en los trajes folclóricos de toda la franja occidental de Andalucía, Extremadura y Castilla y León: Monillo de seda o terciopelo de color oscuro  rematado de puños y cuello abotonados de color claro, calzón blanco a la rodilla, enaguas blancas, falda de tafetán lisa o alistada, delantal de tela negra, medias de cuchilla, pañoleta de encaje y zapato negro de tacón bajo.  El peinado se acababa con el pelo recogido en moño bajo atrás con lazo y adorno floral. Originalmente el traje era de una elaboración sencilla; con el tiempo sus distintos elementos se han ido enriqueciendo con adornos, bordados, sedas, joyas y encajes que le han dotado de mayor vistosidad.

Aunque el traje típico no era utilizado exclusivamente para la interpretación del fandango sino que era utilizado en determinadas ceremonias religiosas y profanas, dado el ritual inherente a este tipo de bailes es presumible que inicialmente en los grupos hubiese también hombres aunque no podemos asegurarlo porque  en las referencias e imágenes que nos llegan siempre aparecen mujeres.

Capítulo aparte merece la incorporación a nuestro folclore de las sevillanas pardas, que en ningún caso puede considerarse un vestigio medieval. Se trata más bien de la inclusión, probablemente durante el siglo XIX, de los bailes típicos del reino de Sevilla que se popularizaron en ese siglo y que las zalameñas añadieron a su folclore interpretándolas con el mismo traje típico que se utilizaba para las ceremonias públicas y el baile del fandango. Respeto al apelativo de “pardas” puede que se trate de la aplicación del apodo con el que los zalameños eran conocidos en el resto de la Cuenca, “pardos”, por el color predominante de la vestimenta que usaban nuestros antepasados. Sin embargo hemos averiguado que en algunas partes de Castilla, los trajes típicos y los canticos también recibían el nombre de “pardos” ¿Podría tratarse de una coincidencia o hay quizá alguna relación? No podemos responder a ello por ahora

Independientemente de que se trate de vestigios de la repoblación castellana, el folclore zalameño ha causado impresión allí donde ha sido representado, por la belleza y armonía  tanto  de su música como  de sus bailes. Recién acabada la guerra civil, en 1939, en una concentración celebrada en Medina del Campo obtuvo el primer premio: así mismo en 1943 obtuvo dos premios de carácter nacional, uno en Madrid en el Concurso de Coros y Danzas y otro en Barcelona en un concurso de bailes regionales. Recientemente ha sido reconocido en concentraciones realizadas en Elda, Tarrasa y en la propia Zalamea, en un encuentro de danzas y bailes típicos de la provincia de Huelva. Es de justicia, y sirva como reconocimiento  público, que durante décadas dos maestras. Ángeles Mora y Mª Teresa Serrano, mantuvieron viva esta tradición haciendo una labor de conservación impagable. Nos alegra saber que hoy hay jóvenes dispuestas a tomar el relevo.

Porque el fandango y las sevillanas “pardas” constituyen hoy una joya que los zalameños y zalameñas tenemos la obligación de preservar tanto por su valor musical y artístico como por su profundo significado histórico.

 

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