En el capítulo anterior, publicado en la revista del año 2023,
hablábamos de las dos primeras Semanas Santas que habían sido marcadas por
hechos trágicos ocurridos en aquellas fechas, se trataba del terremoto de
Lisboa de 1755 y de la invasión francesa de nuestro pueblo que sucedió
precisamente el Domingo de Ramos de 1810. En esta ocasión abordaremos las dos
restantes de las cuatro a la que hicimos mención.
La primera a la que nos referiremos es la Semana Santa de
1888. Este año tuvo lugar el trágico suceso de la manifestación duramente
reprimida en Riotinto el 4 de febrero de ese año por la cuestión de los humos.
Como todo el mundo sabe esta manifestación fue consecuencia de la larga lucha
que los pueblos mantuvieron contra la compañía inglesa de Minas de Riotinto que
extraían el mineral utilizando el sistema de calcinaciones al aire libre
provocando de esa manera la emisión de cientos de toneladas de humo sulfuroso
que perjudicaban la salud, a la agricultura y al medio ambiente y que venían realizándose desde muchos años
atrás aunque con la llegada de los ingleses se incrementó exponencialmente. A
ese malestar se unió a comienzos del año 1888 el descontento de los obreros de
las minas por las condiciones laborales en las que realizaban su trabajo,
reclamando, además de unas mejores condiciones laborales, la retirada de
ciertas obligaciones, una de ellas la contribución de la peseta del seguro
médico, y así ambos grupos unieron sus intereses y se fraguó la manifestación
que partió de Zalamea encabezada por una banda de música en la mañana del 4 de
febrero de 1888. Una vez en Riotinto se reunió con otra procedente de Nerva de
obreros y se situaron frente al Ayuntamiento del antiguo pueblo de Minas de
Riotinto adonde llegó un destacamento militar procedente de Huelva acompañando
al gobernador civil. Allí una comisión de representantes de los obreros y de la
liga antihumos exigió a la corporación municipal y a las autoridades mineras
que aceptaran sus condiciones, pero los soldados del regimiento de Pavía, a
instancias del gobernador, disparó a bocajarro
contra los manifestantes y posteriormente realizó una carga con bayoneta calada.
Aunque oficialmente solo se reconocieron trece muertos, la cifras que hoy se
manejan tomando como referencia los documentos que hablan de este suceso elevan
el número de víctimas mortales a un centenar.
Un mes y medio más tarde tiene lugar la celebración de la Semana Santa, que aquel año se desarrolló
entre el 26 de marzo y el 1 de abril. En aquellos tiempos en Zalamea
procesionaba la hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Vía Sacra.
Suponemos, por la proximidad de las fechas, que los hechos que hemos narrado
debieron afectar profundamente a la población. La tradición habla de que la
mayor parte de los componentes de la banda de música que encabezaba la manifestación
murió aquel día y que durante mucho tiempo después , el temor a las represalias
estuvo presente en el sentir popular. Ahora bien sabemos que al menos la
hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno salíó en procesión porque el domingo
de Ramos 25 de marzo se reunió su junta de gobierno y acordaron aportar cada
uno de los componentes de hermandad 2 pesetas para sufragar los gastos de esa Semana
Santa.
Todos los indicios apuntan a que se celebró, pero sin duda el
4 de febrero debió marcar profundamente aquella Semana Santa de 1888.
La Semana Santa de 1937.
El 18 de julio de 1936 se produce un pronunciamiento militar
contra la República, este pronunciamiento fracasa en primera instancia y esto
da lugar a una cruenta guerra civil que se prolonga hasta abril de 1939. En
Zalamea, como reacción al golpe militar, probablemente el mismo 19 de julio, un
grupo de radicales encabezados, al parecer por una mujer, proveniente de
pueblos próximos y al que se unieron algunos exaltados de la población,
incendiaron la Iglesia Parroquial y las ermitas, lo que produjo graves daños al
edificio y también la destrucción de las imágenes, entre ellas las que salían
en procesión durante la Semana Santa, como fue el caso de Nuestro Padre Jesús
Nazareno y la Virgen de la Soledad.
Desde el mismo 18 de julio hasta el 25 de agosto, los
exaltados del pueblo procedieron a detener a numerosas personas que se
destacaron por su afinidad con los sublevados acusándolos de connivencias con
los rebeldes.
Desde un pueblo próximo acudió un grupo de personas con la
intención de ejecutar a los que estaban detenidos en la cárcel. El alcalde, en
aquel momento, Cándido Caro Balonero, se interpuso ante ellos e impidió que
llevaran a cabo sus intenciones.
El 25 de agosto de 1936, poco más de un mes después de haberse
producido el alzamiento de parte del ejército contra la República, las tropas
nacionales hacen su entrada en Zalamea. Las fuerzas nacionales encabezadas por
el capitán Gumersindo Varela Paz dirigió la operación de la toma del pueblo al
frente de una columna procedente de Valverde del Camino. Esa columna se divide
en tres secciones que realizan un movimiento envolvente entrando una por la
Estación Nueva, otra por la Zapatera y
la otra por la Florida, La operación militar terminó sobre las 10 de la mañana
y sobre el mediodía milicianos venidos desde El Campillo y Riotinto intentaron
recuperar de nuevo el pueblo. Se produjeron enfrentamientos que rozaron en
algunos casos el cuerpo a cuerpo. Finalmente fueron rechazados.
Más tarde se produjo
una dura represión que ya hemos narrado en otras ocasiones
Lógicamente todo lo que hemos contado supuso una interrupción
en algunas celebraciones, particularmente afectaron a las procesiones de Semana
Santa del año siguiente, que tuvo lugar del 21 al 28 de marzo de 1937, y
probablemente a todas mientras duró la confrontación. Sabemos que el nuevo
régimen, propició las manifestaciones religiosas desde un primer momento, pero
las imágenes de las hermandades y cofradía no pudieron procesionar por haber
sido destruidas en aquel incendio que se produjo en la Iglesia y las ermitas el
19 de julio. Poco después se empezaron a hacer gestiones para encargar nuevas
imágenes. En 1938 se encargó el Cristo
de la Sangre al escultor Bidón, y Nuestra Señora de la Soledad en 1940.
Probablemente sería este mismo año cuando volvieron a salir
de nuevo las procesiones con sus imágenes.
Como hemos visto las Semanas Santas de 1755, 1810, narradas
en el artículo del año pasado y las de 1888 y 1937 que hemos descrito ahora vinieron
marcadas por las tragedias que las precedieron y que sin duda, y es lo más
importante, sufrieron en sus propias
carnes aquellos antepasados nuestros que las vivieron.
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